Todos los días me despierto temprano en estas mañanas frías
del invierno del sur, alrededor de la cinco de la madrugada y algunos días aún
más temprano, cuando el celular que
dormita a mi lado emite algún sonido semiapagado que anuncia la llamada que
siempre espero.
Sea a la hora que sea que me despierte, enciendo el
computador portátil y me sitúo en alguna de las cuatro esquinas de la pantalla
a esperar que pase el viento, siempre atento a las otras doscientos cincuenta y
seis, pues nunca se sabe por cual vendrá. Bueno, sé bien que son sólo cuatro
esquinas pero cuando estoy impaciente mi mente piensa a nivel exponencial.
Mientras espero trato de escribir cualquier cosa que se me
venga a la mente, tal como ahora pienso por cual esquina llegará el viento. De
repente pienso y escribo un verso, en otro momento un título que dejo guardado
para cuando alguna brisa o viento fuerte traigan inspiración. Ahora estoy esperando por que
esquina se mecen las ramas de los árboles, pero no pasa nada. El día es de
calma y no me gusta, prefiero que sople el viento, como suave brisa, cálida
caricia o también en iracundo huracán.
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