Nací y me crié en el viento, por lo tanto desde pequeño compartí
y competí con él y a medida que fui creciendo fui su compañero, fui su contrincante, él fue mi confidente y yo traté
de ser su interprete, fui su amigo y también su enemigo, amigo cuando me daba y
enemigo cuando me quitaba y la verdad es que me quitó mucho, pero en la suma y
la resta es más lo que me dio. Me dio y aún sigue dando letras y eso es
impagable aunque en el tiempo me haya quitado a mis padres, a mi hermano y al último
gran amor en los altibajos de un sendero o mejor dicho: en los vaivenes de los
tiempos compartidos.
Y así, en el tiempo le escribí a los vientos con nombre
propio y habitantes acariciadores o arrasantes de algún lugar; por meses o por
años transité con cada uno de ellos por sus veredas y avenidas; hice poemas, hice
cuentos, escribí libros que nunca publique y por lo tanto nadie leyó; sólo el
viento, quizás en alguna puerta dejó mis versos.
De tanto andar buscando vientos, ya me cansé, por eso desde
hoy igual seguiré escribiendo, pero según el viento de cada día, de cada
ocasión, de cada circunstancia y de cada consecuencia. Simplemente me dejaré llevar por cada uno
hasta el lugar donde mueren todos los vientos.
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